Cuando logré volar
al fin pude volar
sin alas,
sin anuncios,
sin vacilación.
Le entregué mi alma al viento
y éste la abrazó con presteza
y la expandió por todo el valle
y la dejó libre
para volar.
Ella extendió sus brazos
y el sol de la tarde la cobijó
y le ofreció compañía
hasta antes de la luna,
hasta antes de partir.
Mi alma disfrutó su trayecto
y con ella yo también,
parecía imperturbable
y ajena a lo demás,
Nada más importaba.
sobrevoló a sus anchas
y se perdió en el horizonte
entre nubes, cielo y valles,
como si fuera parte de ello,
como si perteneciera allí.
Y fue feliz
aunque se desprendió de mí,
sin saber si volvería,
me postré en la montaña
siendo mi deber velar por ella
y me quedé dormido
y volando para siempre.
Víctor Contreras
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